El director entra en tema desde los primeros fotogramas. A pocos minutos de empezado el filme, queda claro que habrá un crimen y que la estabilidad emocional de la protagonista dista mucho de ser sólida. Con buenos recursos cinematográficos, Soderbergh plantea los ejes de su historia y parece que va a ocuparse de la cuestión de los ansiolíticos en fase experimental y de las ambiciones científicas y económicas de ciertos profesionales de la salud mental a expensas de la seguridad y del bienestar de sus pacientes. Sin embargo (y con muy buen criterio), plantea una serie de golpes de timón en la historia y construye una atrapante narración acerca de lealtades y traiciones, verdades y mentiras, sospechas y confirmaciones.
El resultado es una película entretenida, con no pocas sorpresas y con interesantes interpretaciones, ente las que sobresale el papel protagónico a cargo de Rooney Mara. La actriz, que después de haber participado en populares series de televisión saltó a la fama en la piel de Lisbeth Salander ("La chica del dragón tatuado"), encarna aquí a una desconcertante joven, que trata de huir de la depresión a través de un fármaco "milagroso" que le proporciona su terapeuta. Mara confiere a su personaje toda la ambigüedad y los matices necesarios como para apuntalar sólidamente el rumbo que el director le imprime al relato, Jude Law encarna con solvencia al psiquiatra y Catherine Zeta-Jones sobreactúa levemente el papel de la ex analista de la protagonista. El desenlace reacomoda definitivamente las piezas del rompecabezas y cierra sin fisuras la historia.
Soderbergh ha anunciado que esta será su última película como director, porque quiere dedicarse a otros aspectos de la realización cinematográfica. Sería una pena, porque es uno de los narradores más sólidos de Hollywood y sus películas siempre son una garantía desde el punto de vista del entretenimiento. Esta producción es una de las que confirman todas las virtudes del director en ese sentido.